Con
la crisis, además de la burbuja inmobiliaria ha explotado la burbuja
democrática en la que, creíamos al menos, estar viviendo. El aumento de la
brecha entre ricos y pobres, la supremacía de la lógica mercantil teniendo el
dinero como prioridad por encima de todo lo demás y las innumerables
injusticias cometidas (como por ejemplo que un desahuciado se vea obligado a
rescatar con sus impuestos a la entidad que le echó de casa por la pésima
gestión de sus directivos) desenmascaran las enormes imperfecciones del
sistema actual.
Queda claro por lo tanto que el país necesita más que un rescate económico, un
rescate moral que regenere las instituciones, libere a la política y ponga a
las finanzas al servicio de la sociedad y el bien común. Esta debe ser la meta
de la izquierda y del progresismo. Y para conseguirla, es necesario el apoyo de
una base social amplia y poderosa pues la historia nos demuestra que ningún
movimiento o idea, por más atractiva que parezca, se ha comido nunca un colín si
no ha tenido detrás un apoyo muy mayoritario (o muy poderoso). Y aquí radica la
dificultad del asunto. La sociedad actual no es la del siglo XIX y las recetas
que entonces valían, han perdido eficacia. Las “clases sociales” se han
fragmentado, un gran entramado cultural impuesto por la ideología dominante
asegura la pasividad e indiferencia de la mayoría y la consciencia de clase se
ha diluido.
Pero
en este escenario adverso, el shock de la crisis y las medidas encaminadas a la
aniquilación del Estado del Bienestar tomadas por los gobiernos están
construyendo una nueva mayoría. Mucha gente ha salido ya a la calle y se espera
que el número aumente, pues esto no ha hecho en realidad más que empezar y aún
no hemos sentido la dureza de muchas de las medidas aprobadas en nuestras
propias carnes. El reto debe ser canalizar toda esta frustración en activismo
político progresista y evitar que caiga en el populismo. La desideologización
(de la que ya hablé en otro escrito) desemboca en falta de cultura política que
a su vez propicia el auge de extremismos. Es importante evitar que la masa
enfurecida señale como culpable de su situación al inmigrante, al diferente e
incluso a los políticos (que aunque puedan ser culpables, tampoco son los
principales responsables de la situación). Los problemas son principalmente
sistemáticos.
Por
lo tanto, hay que aparcar la indiferencia y participar en la reconstrucción de
una base social amplia y fuerte, moderna y transversal, que represente un
auténtico frente común contra el neoliberalismo rampante. Absolutamente todos
tenemos mucho que hacer en éste aspecto, y es crucial que lo hagamos, pues
debemos demostrar que hay alternativa y sobretodo, que hay esperanza.
Adrián Sánchez
Secretari d'Organització
JSC Terrassa
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